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lunes, julio 23, 2012

JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERO

José A. balboa de paz 23/07/2012
Diario de León

La muerte de José Luis García Herrero me trae recuerdos de nuestra amistad, debilitada pero nunca perdida en estos últimos años, como me demostró su afectuosa carta en la muerte de mi padre. Hubo un tiempo en que aquella amistad fue más estrecha. Lo conocí en 1976 y durante diez años mantuvimos una relación casi diaria en largas reuniones políticas que, varias veces al mes, nos llevaban a León donde asistíamos al Comité Provincial del PCE. En aquellos interminables viajes hablábamos de todo, de política pero también de nuestras inquietudes y vivencias personales. Recordaba a veces sin acritud su infancia, alguna vez me habló del maquis pero nunca mencionó a su padre, y hasta años más tarde no supe que era hijo de Juan García, el último alcalde republicano de Ponferrada, fusilado al comienzo de la Guerra Civil. Nunca alardeó de ello, aunque la memoria sobre su padre era, por lo que he sabido después, muy viva.

José Luis tenía un espíritu juvenil incansable y su afán por la formación personal llamaba la atención, también la envidia de algunos. Cuando lo conocí ya no era un muchacho, me llevaba casi veinte años que no fueron obstáculo para la amistad ni el estudio. Además de las reuniones diarias, trabajaba en Endesa por la mañana y, por la tarde continuaba en el estudio de Calleja, un arquitecto muy activo entonces en el Bierzo. Pero sacaba tiempo para estudiar por libre Ciencias Políticas, que llegó a terminar con éxito en Madrid. Tenía muy buena mano para el dibujo y sabía de arquitectura y urbanismo, lo que luego le sirvió para criticar con conocimiento y rigor los muchos desaguisados que se cometieron en el urbanismo de Ponferrada. En las reuniones era meticuloso, tomaba nota de todo con letra firme y chiquita; sabía poner sentido común en las discusiones, sin extremismos, pese a lo firme de sus convicciones comunistas.

Muchas de sus críticas a la corrupción o a los desmanes urbanísticos han quedado reflejadas en sus incisivas, y no exentas de ironía, columnas de opinión. Lo de escribir le venía de lejos. En los años del franquismo, donde los medios de expresión eran escasos, dejó constancia de sus inquietudes literarias, religiosas y políticas en las páginas de Aquiana, donde uno puede encontrar poemas, artículos sobre el Vaticano II o polémicas con personajes de la época. La más sonada fue la que mantuvo con el jesuita Martín Vigil a raíz de una visita del popular escritor asturiano al Gil y Carrasco sobre el papel de la juventud. Cultivó con pasión la poesía, primero como lector, luego como autor, quizá animado por su mujer Amparo Carballo, a la que mando mi pésame. Su admiración por la obra de Celso Emilio Ferreriro, especialmente por A longa noite de pedra, era reflejo de lo mucho que detestaba al régimen de Franco, que lo dejó huérfano tan niño. Descansa en paz.

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